Cómo Pepe Aguilar hizo del jaripeo una mina de oro
De pequeño, vio a sus padres popularizar la música ranchera en Estados Unidos. Ahora Pepe Aguilar actualiza el espectáculo ecuestre folclórico mexicano en una ambiciosa producción itinerante de la que ha hecho un asunto familiar.
A Pepe Aguilar le gusta meditar. Durante casi 15 años, si el tiempo lo permite, lo ha hecho por las mañanas al menos por 15 minutos. Dice que es parte de su jornada — al igual que trabajar con un entrenador de vida — para hacerse más presente. Y fue precisamente en una de esas meditaciones, un día de 2017, que se le ocurrió una de sus mejores ideas.
En la década de 1960, los admirados padres de Aguilar — el cantautor de rancheras, productor y actor don Antonio Aguilar y la cantante y actriz Flor Silvestre — fueron pioneros de los espectáculos ecuestres folclóricos mexicanos en los que mezclaban segmentos estilo conciertos con presentaciones del tradicional jaripeo, con majestuosos caballos danzarines y elaborados trucos de vaqueros. Estos eventos contribuyeron a popularizar las rancheras en Estados Unidos. Y, en medio de su meditación, Aguilar se vio produciendo una versión modernizada de estos.
Después de anotar algunas ideas, llamó emocionado a su madre para compartir con ella su concepto. “Ay mijito, pues ahí me avisas cuando hayas avanzado, porque ahorita te falta mucho todavía”, le dijo ella. No era precisamente la respuesta que esperaba, pero Silvestre tenía razón. La visión de Aguilar iba a exigir un esfuerzo extraordinario, así como tener a su lado a la gente adecuada. (Silvestre falleció en 2020, don Antonio Aguilar en 2007).
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“Lo único que quería era ofrecer algo diferente en mis shows”, explica el astro del pop, la ranchera y el mariachi, de 54 años, en una sesión de Zoom desde su casa en Houston. “Estaba hacienda tours en arenas, teatros, estaba contento. Pero no lo estaba desde el punto de vista creativo. Después de meditar ese día, fue como si viniera un torrente de ideas que conducía a la cultura, la mexicanidad, la charrería, todo lo que verdaderamente me hace quien soy. ¿Por qué he pasado 20 años tratando de ser como Madonna o una especie de estrella del rock? Lo que hago ahora se siente natural”.
Aguilar ha estado haciendo presentaciones artísticas desde que era muy pequeño, cuando se unió a sus padres y hermano, Antonio Aguilar Jr., en sus giras de jaripeo familiares. A los 3 años hizo su debut en el Madison Square Garden de Nueva York. Al principio de su carrera, se salió de su zona de confort y empezó a cantar en bandas de rock antes de decidirse por sonidos más tradicionales con influencias de pop. Al paso del tiempo, siguió los pasos de su padre y llegó a ser un conocido cantautor y productor de música ranchera y mariachi.
A fin de ejecutar un tour tan complejo, Aguilar tuvo que partir de cero y buscar caballos (andaluces, españoles, cuarto de milla americanos), números especiales (acróbatas, forzudos), montadores de toros y charros (expertos jinetes y enlazadores). Pero su experiencia de vida le brindó bases sólidas. “Nací literalmente en esto, pero cuando formaba parte del show de mi padre y mi madre no me percataba de la magnitud e importancia de lo que estaban haciendo”, dice Aguilar. Pasó un año reuniendo a un equipo de directores creativos, incluyendo a un productor de Cirque du Soleil y Fórmula 1, antes de lanzar oficialmente la gira en enero de 2018.
El tour familiar que Aguilar creó, Jaripeo Sin Fronteras, es un concepto que espera que sus propios hijos, los artistas Ángela y Leonardo Aguilar, algún día continúen. Ahora en su cuarto año, el espectáculo — que incluye sets continuos de Pepe, Ángela y Leonardo, y su hermano Antonio Jr. (todos cantando a caballo), actos circenses durante los intermedios, competencias de charrería y monta de toros — continúa llegando a nuevos mercados y culminará el 19 de noviembre en Zacatecas, México.
La gira, un esfuerzo conjunto del socio productor Live Nation y la propia compañía promotora de Aguilar, Pepe Aguilar Presents, ha viajado de costa a costa con un equipo de producción de 120 personas, ocho caballos y toros, 40 músicos, un forzudo de Mongolia apodado Pulga, artistas vestidos como guerreros aztecas en disfraces de 50.000 dólares, charros profesionales que ejecutan acrobacias ecuestres y, por supuesto, los Aguilar. “Este no es tu concierto típico”, dice Pepe. “Es un animal muy extraño y diferente”.
Un animal extraño y diferente… pero también lucrativo. Desde su debut en 2018, Jaripeo Sin Fronteras ha amasado 40,1 millones de dólares de la venta de 409.000 boletos en 53 funciones, incluyendo 19 millones de dólares de 21 shows desde que la gira se reanudó después de la pandemia en septiembre de 2021, según Billboard Boxscore. No es que sea algo barato o carente de riesgos.
“Es más de lo que un doctor en economía te recomendaría invertir”, dice Pepe con una sonrisa. “Pero no hago esto solo por el dinero. La idea es dignificar nuestra cultura y hacer que la gente esté orgullosa de nuestra mexicanidad. Eso no sale barato. Siendo el promotor, el riesgo es muy grande. Hablamos de miles y miles de dólares en gastos. Y para que esto tenga sentido, los shows tienen que estar repletos. Pero confío en el concepto y creo totalmente en mi cultura. Para mí, es una apuesta segura; el resto, como mis asociados, están muriéndose [de estrés] todo el tiempo”.
El 7 de agosto, Aguilar y su familia se disponían a iniciar su tour de 2022 en Nashville. Fans de todas las edades, incluyendo familias ataviadas con sombreros de vaquero y botas puntiagudas, aguardaban pacientemente a la puerta de la Bridgestone Arena en la apodada Ciudad de la Música. Cuando entraron, se encontraron con una de las producciones más ambiciosas para una arena que se puedan ver.
Jaripeo Sin Fronteras es producto de un cálculo concienzudo. En su centro hay un escenario ovalado, en tres cuartas partes cubierto con 650 toneladas de tierra apisonada en unos 2,5 metros (8 pies) de altura, de manera que los caballos puedan galopar sobre ella. El equipo de producción llena este ring de 36 por 21 metros (118 por 70 pies) con la tierra, además de colocar los conductos y verjas que lo rodean, a la medianoche del día en que tendrá lugar la presentación. Para las 8 a.m., se ha instalado la iluminación, los efectos especiales y los sistemas de sonido. Los caballos y los toros arriban cerca del mediodía y los músicos llegan al sitio dos horas después para ensayar. Esos 40 músicos van a ocupar la plataforma en la cuarta parte restante del escenario, tocando cada uno de ellos los instrumentos de sus respectivos géneros (mariachi, banda, norteño) y permaneciendo ahí durante todo el show, que dura casi cuatro horas.
“Tenía total fe en la producción de esta gira porque Pepe está muy comprometido con el concepto y es un hombre de acción”, dice Emily Simonitsch, vicepresidenta senior de Live Nation. “Probablemente uno de los mayores retos es describirle al personal de los recintos que no están familiarizados con el jaripeo todo lo que esto conlleva. Creen que hacen falta dos o tres días para descargar la tierra, pero no es así. Hay tantos detalles, así que tuvimos que instruirlos”.
Para las 6:15 p.m., ha terminado la prueba de sonido. En el pasillo tras bastidores, camina un mariachi practicando con su trompeta. Un hombre vestido y maquillado de payaso saluda y pasa junto a un grupo de charros ataviados con sus tradicionales chaquetas cortas bordadas y sus sombreros de ala ancha. En una improvisada zona de establo, ocho caballos con melenas meticulosamente cuidadas, del pelaje blanco más radiante hasta un marrón resplandeciente y un dorado palomino, aguardan su turno bajo los reflectores. Mientras tanto, Pepe permanece en su camerino, desde donde seguirá cada segundo del show — cuando no esté en el escenario, claro — para asegurarse de que transcurra sin contratiempos.
Nadie había producido un evento de tal magnitud y extravagancia desde los tiempos del padre de Pepe. Astros mexicanos como Joan Sebastian y Vicente Fernández también eran conocidos por cantar a caballo, pero hoy ese tipo de artistas constituyen la excepción. Pocos pueden cantar sobre un caballo que baila perfectamente al son de la banda de música; la disciplina requiere años de entrenamiento tanto para el caballo como para el artista, así como un vínculo profundo entre ambos. (Lo sé bien: mi tío Arturo “Toro” Reyes ha trabajado con la familia Aguilar durante muchos años. Él es, explicó Pepe, quien monta todos los caballos primero para asegurarse de que estén listos y completamente entrenados para los jaripeos).
Antes de este tour, Pepe tenía 20 años sin actuar montado a caballo y había estado “totalmente desconectado” del mundo de los vaqueros, pero aun así hace parecer que cantar montando no requiere de gran esfuerzo. Tiene años de experiencia como jinete por diversión y profesionalmente como charro (ha ganado muchos campeonatos a nivel nacional y estatal en México) y, después de todo, añade, ha tenido al mejor de los maestros: su padre, cuya hacienda familiar en Tayahua — un pueblito humilde de unos 2.000 habitantes en la región central de México — albergaba numerosos caballos entrenados para actuar en jaripeos.
“Mi padre fue, sin duda, un encantador de caballos. Es una conexión que pocas personas tienen con los caballos. No me pregunten, porque no tengo idea de eso, ya que no poseo ese don. Pero mi padre, sí”, dice Pepe. “Consistía en ser un macho alfa cuando necesitaba serlo sin recurrir a la fuerza o la violencia, usando en lugar de eso la energía y la gracia. Él fue quien nos enseñó a mi hermano y a mí a montar a caballo, y gracias a Dios, porque era maravilloso. Todo lo que sé se lo debo a él”.
Ahora, Pepe ha transmitido ese conocimiento a sus propios hijos, Ángela y Leonardo, quienes se están labrando su propio camino en la música mariachi y ranchera. Leonardo es el primero de los cuatro miembros de la familia en subir al escenario durante los espectáculos. “Sentirme cómodo ha tomado un largo viaje”, dice el cantautor de 23 años, recordando el debut de la gira en 2018 en el Staples Center de Los Ángeles (hoy la Crypto.com Arena) en un espectáculo para el que se agotaron las entradas. “Perdí la voz porque estaba muy nervioso. Salgo en mi caballo — pero tomen en cuenta que tenía cuatro años menos de experiencia — y está galopando a todo dar. Entonces ve unos pequeñísimos confetis en el piso y se detiene [súbitamente]. Me doy un golpe con la montura, pero afortunadamente nadie se percató, no creo”.
Leonardo ha estado montando desde que tenía 13 años. Luego de años de entrenamiento riguroso — que involucró cantar de pie, después montar a caballo sin cantar, desmontar, y entonces empezar a cantar y montar simultáneamente — ha llegado al punto en que puede disfrutar de la experiencia. “También he estado trabajando con un entrenador de vida los últimos dos años y medio. Ha sido instrumental para ayudarme a cambiar mi mentalidad y disfrutar el proceso y mi carrera, escribir canciones y gozar de montar”, dice Leonardo.
Y luego está su relación con Caporal: “Aparte de ser mi amigo, es mi compa”. Leonardo se refiere a su amado caballo de 14 años con el cual abre el show. Lo ha tenido nueve años. “Lo llevo viendo toda mi vida. Y cada concierto que salgo con él, le doy un beso, lo acaricio y sinceramente disfruto pasar el rato con él. Es una bendición”.
Por su parte, Ángela, de 18 años, no empezó a cantar a caballo hasta el año pasado, cuando su padre sintió que por fin estaba lista. “Sabía montar y cantar perfectamente”, dice la artista nominada al Latin Grammy. “Yo estaba frustrada porque estaba lista, pero agradezco que [Pepe] me haya detenido y hecho practicar más, porque ahora me siento super cómoda en los escenarios”.
“Ángela era una natural. Leonardo lo era también, pero también mucho más atrabancado, como yo”, dice Pepe de sus hijos. “Ángela entendió desde el principio que nuestras rodillas son clave para que la voz no tiemble cuando cantas y montas. Si no usas tus rodillas como amortiguadores, vas a estar perdido. Eventualmente el proceso se vuelve automático, como conducir un auto. En algún momento vas a poder llevar al caballo, posicionar tus rodillas y piernas correctamente, tener y trasmitir confianza, y cantar muy bien”.
Cuando Leonardo y Ángela se enteraron de la visión de su padre en 2017, les pareció inimaginable. “En este momento, ni el cielo es el límite para mi papá”, dice Ángela. Cuatro años después, entienden no solo la visión de Pepe, sino sus intenciones.
“Literalmente nos ganamos la lotería genética”, dice Ángela. “Creo que estar donde estamos y cantar lo que cantamos es una inmensa responsabilidad, y espero que algún día lleguemos a ser tan grandes como nuestros abuelos y tan grandes como mi padre. Es aleccionador ser parte de algo así”.
Para Pepe, extender el legado de sus padres también resulta aleccionador y es una validación.
“He sido un artista independiente durante 22 años y esto era lo último que debía hacer para ser completamente independiente”, dice. “Este tour es algo que nunca envejecerá porque es más grande que yo, mi hija y mi hijo. Estamos hablando de cultura. Estamos de paso, pero la cultura queda para las generaciones venideras. Banda, rancheras, caballos. Todo eso estaba aquí antes que mi padre y estará aquí mucho después que nos hayamos ido”.