Technica impendi nationi
Fotografía de Antonio Fumero

Technica impendi nationi

A lo largo de toda la agenda de la XVII edición de la Cumbre Cotec Europa, celebrada en Las Palmas de Gran Canaria a finales de la semana pasada, estuvo presente un enorme elefante en la habitación; que no era otro que el representado por la descarnada realidad que describe el informe Draghi sobre el futuro de la competitividad europea, publicado hace apenas un par de semanas y disponible en dos partes: Parte A, “Una estrategia de competitividad para Europa” y Parte B, “Análisis en profundidad y recomendaciones”.

En todas las dimensiones analizadas por los participantes en el encuentro -conectividad, cadena de valor, energía, seguridad y defensa-, siguiendo el hilo conductor de la soberanía tecnológica, se dejaba sentir la profunda preocupación por el considerable retraso que Europa acumula respecto a otros actores globales en términos de innovación tecnológica e industrialización.

Los participantes en los distintos paneles hacían explícita esa preocupación e intentaban llamar a la acción con mensajes más o menos acertados, siendo el más “enérgico” quizás Josu Jon Imaz, en representación de Repsol dentro del panel dedicado a la Energía, que volvía a pedir, como en otras de sus recientes apariciones públicas, “más tecnología y menos ideología”.

La profunda convicción que manifestaba Imaz me recuerda, como ingeniero, la relevancia de “la técnica” para nuestro desarrollo socioeconómico: Technica impendi nationi’ (“la técnica impulsa a las naciones”) podemos leer en el emblema de la Universidad Politécnica de Madrid. Dejando a un lado la distinción entre la técnica y la tecnología, que merece un debate filosófico específico, es posible que no hayamos logrado que sea la técnica (la de Ortega) lo que impulse a Europa precisamente porque, tal y como ponía de manifiesto Josep Borrell en su coloquio con Cristina Garmendia, no somos, no hemos conseguido trabajar en la práctica como, una nación, sino que seguimos siendo y trabajando como veintisiete naciones diferentes.

Aparte de la fragmentación, se ponía de manifiesto otro aspecto clave en la base de los problemas para el futuro de la competitividad de Europa que planteaba Draghi, y es quizás la falta de orientación a la acción. Lo decía en uno de los paneles João Faria Conceição cuando se le preguntaba por las buenas prácticas para pasar a la implementación práctica de algunas de las regulaciones pioneras con las que Europa ha querido sacar pecho en los últimos años: ‘just do it’, citando explícitamente el conocido eslogan comercial.

En este sentido, me parece pertinente relacionar esa llamada a la acción con “la importancia del verbo hacer” para desenvolvernos en El lado oscuro de la Innovación; y que no es otro que el lugar donde se hace innovación, lejos de los focos y la superchería a la que estamos acostumbrados. La innovación debe ser teoría (conocimiento tecnocientífico) en acción. “La innovación no es un fenómeno atmosférico incontrolable”; es un proceso que se puede gestionar. Se trata de "hacer" innovación.

Se trata de un planteamiento muy pragmático, desde la práctica de la innovación -sin pararnos en definiciones que la desvirtuen- que tiene mucho que ver con lo que Alejandro Salazar planteaba en su Estrategia Emergente, señalando que “la estrategia es lo que se hace”... algo sobre lo que Sergio Zuluaga incidía e insistía en su reciente Imperturbables: “pensar en algo no es hacerlo; leer sobre cómo hacer algo no es hacerlo; hablar sobre cómo hacer algo tampoco es hacerlo; hacer una lista de las cosas que tienen que hacer para hacerlo no es hacerlo; imaginar cómo serían las cosas cuando las hagamos no es hacerlo; mirar cómo otra gente lo ha hecho tampoco es hacerlo; prepararte para hacerlo tampoco es hacerlo… Lo único que es hacer algo es hacerlo”.

Volviendo a la claridad, ambición y determinación del discurso del señor Imaz -más allá de su motivación en el ámbito energético- la pregunta es “¿Queremos Industria?”... Hagámoslo pues, tenemos tecnología: abracemos un criterio claro de neutralidad tecnológica y utilicemos la mejor tecnología a nuestro alcance para reindustrializar Europa, para seguir siendo competitivos. Hagamos que sea la técnica lo que impulse nuestras naciones y veamos si somos capaces de atender el anhelo del ingeniero universal Agustín de Betancourt que nos recordaba S.M. Felipe VI, “ojalá veamos algún día reunidas todas las máquinas que necesitamos para trabajar en las artes mecánicas con perfección y prontitud”.

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