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El evangelio de Tomás: Controversias sobre la infancia de Jesús
El evangelio de Tomás: Controversias sobre la infancia de Jesús
El evangelio de Tomás: Controversias sobre la infancia de Jesús
Libro electrónico138 páginas2 horas

El evangelio de Tomás: Controversias sobre la infancia de Jesús

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En el ensayo El evangelio de Tomás. Controversias sobre la infancia de Jesús los comentarios y notas de Ernesto de la Peña se leen con avidez, curiosidad y hasta con perplejidad, acerca de una doctrina secreta, inaccesible para los no iniciados. Generoso, comparte las más recientes investigaciones acerca de Tomás, ¿el hermano gemelo de Jesús?, ¿el evangelista disidente que está en un constante ir y venir entre sus dudas acerca de la resurrección de su maestro y el deseo de inmolarse vayamos a morir con él? ¿Tomás el descreído que pidió hundir sus dedos en las llagas de Jesús, recientemente torturado, para cerciorarse del gran milagro? En poco más de cien páginas, Ernesto de la Peña introduce setenta y siete notas oportunas, asertivas, que aclaran y enriquecen notablemente el complejo universo bíblico del evangelista Tomás. Una experiencia de lectura que invita a una sincera intimidad entre Ernesto de la Peña, el texto apócrifo de origen gnóstico de Tomás y tú, lector.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 oct 2019
ISBN9786070310263
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    El evangelio de Tomás - Ernesto de la Peña

    parcial.

    ¿QUIÉN FUE TOMÁS?

    Los doce seguidores directos de Jesús, los que él mismo destinó a difundir su buena nueva por el mundo entonces conocido –de allí su nombre de apóstoles, los enviados, los embajadores de la palabra cristiana– no ocupan sitiales de la misma importancia en la tradición religiosa. Al lado de Pedro, de Juan, del mismo Judas... quizá de Santiago, los nombres de Bartolomé, Andrés o Felipe casi desaparecen. La piedad cristiana les reserva igual alcurnia, discípulos al fin y al cabo del fundador, pero no acuden con la misma urgencia a la memoria de los fieles ni aparecen y reaparecen en los textos o en las recordaciones piadosas con igual frecuencia que el primer pontífice, o que el discípulo amado o que el propio, abominable traidor, indispensable para colmar el odio de los fanáticos.

    Tomás parecía, hasta hace poco, ocupar un lugar medianero: figura evanescente según la narración evangélica, sólo salía de la penumbra para mostrar una abnegación que no suscitó eco alguno ni en el maestro ni en los pupilos, al menos en el texto evangélico, para decir que los datos que Jesús había dado a sus discípulos eran insuficientes para seguirlo a donde fuera y, finalmente, para dudar de que Jesús, su señor, quizá su hermano y, por añadidura, su hermano gemelo (si hemos de confiar en lo que el nombre significa y en una tradición ya varias veces centenaria) hubiera vuelto del reino de la muerte. Y después de estas actitudes escuetas y casi siempre retadoras, volvía a envolverse en las consejas y la confusión, como cuando se dice que viajó hasta la India para propalar las enseñanzas de Jesucristo. Pero esta versión nebulosa de sus actividades se confinaba sobre todo a quienes añadían a las lecturas pías del Nuevo Testamento la inquisición nerviosa, hasta malsana, de los apócrifos.

    El nombre de Tomás acude, puntual, a las listas del discipulado que levantan los tres evangelistas llamados sinópticos: lo mencionan Mateo, Marcos y Lucas: el primer evangelista sólo hace una mención escueta, al lado de Mateo, el recaudador de impuestos (el odiado telones) que, de acuerdo con el consenso general, es él mismo, el autor del escrito.¹ Marcos,² posible fuente de los otros dos sinópticos, lo sitúa en el mismo lugar, al lado de Mateo, y, finalmente, Lucas³ procede de la misma manera, como si la posición que ocupa Tomás le hubiera sido asignada por una especie de consigna. Antes de detenernos en el sitio que ocupa nuestro personaje en el cuarto evangelio, recordemos que también se halla mencionado en los Hechos de los apóstoles,⁴ donde se encuentra después de Felipe y antes de Bartolomé. Pero estaba reservado a Juan, el evangelista textualmente disidente, dar mayor relieve a un individuo que oscila entre la abnegación, el deseo de inmolarse junto con el maestro⁵ y las dudas lícitas en torno a la misión evangélica y la manera de asumirla,⁶ o frente al hecho inaceptable, irracional, de la resurrección, como se ha dicho arriba.⁷

    Esta actitud de desconfianza, sucedida por el arrepentimiento,⁸ encamina a Tomás por la ruta de la obediencia, una obediencia que no es sino una renuncia voluntaria a sí mismo y una entrega a la misión de los demás apóstoles: la difusión de la doctrina de Jesús por todos los rincones de la Tierra. A partir de esta decisión puede aceptarse, al menos como una posibilidad, que haya ido hasta India que, en aquellos días lejanísimos, parecía encontrarse tan remota como la Luna. Pero, antes de escudriñar su viaje al país del budismo, doctrina que tiene más de un punto de contacto con la que preconizaba Jesús, ocupémonos de otro aspecto interesantísimo (y menos arcano, por supuesto) de lo que podríamos llamar el horizonte de Tomás. Porque ya hemos arribado, con una rapidez desconcertante, al límite de lo que ha dado en llamarse la historicidad del apóstol incrédulo, historicidad delimitada por el testimonio de los cuatro evangelios canónicos...

    La personalidad contradictoria e inquietante de este apóstol, su relativa excentricidad en el conjunto de los discípulos de Jesús (se dan en él, en efecto, altibajos de devoción y rechazo, de proselitismo incondicional y dudas inclementes, que llegan a exigir sumergir la mano en la herida reciente como el único medio para desvanecerse) pronto dieron origen a una flora extraña, pero previsible: la literatura apócrifa tomasina.

    Esta floración no sólo es exuberante: también corre paralelamente a la historia, rozándola a menudo, aunque transformándola casi siempre bajo los ropajes de lo legendario, manera sumamente eficaz de suscitar confusión... pero al mismo tiempo medio excelente para generar devociones y dar nacimiento a cultos más o menos heterodoxos y no raras veces poéticos. Por ende, a pesar de las sospechas múltiples que ha suscitado a lo largo de la historia, la personalidad de Tomás se ha ido complementando con los datos e incidencias que aparecen en estas obras.

    La fuente principal para conocer sus actividades con detalle es la obra llamada Los hechos de Tomás, largo apócrifo conservado en siriaco y griego y que denota en muchos pasajes su origen gnóstico. Este carácter sectario se observó desde temprano y se insistió tanto en él que quien tenga la curiosidad suficiente para consultar las fuentes viejas verá que hay autoridades que no vacilan en atribuir los Hechos al propio Bardesanes, uno de los jefes de bandería heterodoxa más notables de aquellos días.

    Harnack asignó al documento una antigüedad considerable, pues arguyó observaciones que podrían situarlo hacia el año 220. Casi no puede haber duda razonable ahora de que el documento se originó en Edesa, verdadero emporio de la cultura siriaca. Parece apoyar este aserto una afirmación que se hace en el propio documento: que las reliquias de Tomás, que se veneraron en esa ciudad,⁹ habían llegado a la misma procedentes del Oriente. Esto confirma, hipotéticamente, la narración de los Hechos acerca de las actividades evangelizadoras del apóstol en India. En la tradición siriaca vamos a encontrar la forma doble del nombre (Judas Tomás) que tomó carta de ciudadanía hace poco tiempo, gracias a los más recientes descubrimientos.

    Por otra parte, Tomás es llamado también dídymos palabra que, en griego, significa gemelo. De aquí parte una hipótesis aventurada del estudioso Rendell Harris: afirma, en efecto, que se alude al culto de los Dióscuros, antecedente a la entrada del cristianismo en Edesa. Es decir, los gemelos Jesús y Judas (o Tomás) vendrían a ocupar el papel de aquella pareja de gemelos divinos paganos.

    Los Hechos narran la misión del apóstol en India. A reserva de un análisis más detenido, que haré en el lugar correspondiente, la historia dice que cuando se dividió la misión apostólica mundial en sectores, a Tomás le cayó en suerte catequizar India. Nada complacido con ello, declaró que no se sentía capaz de ir, pero Jesús, que ya había muerto (y resucitado, según la leyenda) se aparece de manera preternatural a Abán (o Abanes), enviado de Gundáforo, rey de una región de India, y le vende a Tomás como esclavo, aunque en trabajo de carpintero. Abán y Tomás emprenden el viaje y llegan a la ciudad de Andrápolis, donde asisten a las festividades del matrimonio de la hija de Gundáforo. Tomás, tras cuya apariencia habla Cristo, exhorta a la princesa a permanecer virgen.

    El compromiso de Tomás al venir al subcontinente hindú es construir un palacio para el rey Gundáforo pero, caritativa y dispendiosamente, gasta el dinero destinado a esa obra en hacer limosnas a los pobres. Gundáforo lo encarcela entonces, pero el hecho de que el apóstol pueda escapar milagrosamente tiene por resultado que el monarca se convierta a la verdadera religión, el cristianismo. La suerte del apóstol, que hasta este momento ha sido benigna, se acaba cuando convierte a la doctrina cristiana a Tercia y a Vazán, que son, respectivamente, esposa e hijo del rey Misdai. Condenado a muerte, es llevado a una colina donde cuatro soldados lo atraviesan con sus lanzas.

    Una vez muerto, se entierran sus restos primeramente en las tumbas de los antiguos reyes del lugar, pero más tarde, como vimos antes, sus despojos son trasladados a Occidente, donde se seguían venerando en el momento en que este documento circulaba profusamente entre los cristianos. Una coincidencia inquieta en el relato por lo que atañe a la posible historicidad del mismo: se sabe que hacia el año 46 de nuestra era había en India (en la región septentrional que ocupan actualmente Afganistán, Beluchistán y el Punjab) un soberano llamado Gondofernes o Gudufara. La similitud del nombre difícilmente podría atribuirse a la casualidad. Ahora bien, no se ha dejado de suponer que el autor de los Hechos de Tomás, empeñado en que se creyera en sus relatos, pudo haber rebuscado nombres reales para bautizar a sus personajes.

    Pese a que esta indianización de la prédica cristiana aparece temprano en la literatura patrística (la mencionan San Ambrosio, Efrén Siro, Paulino, San Jerónimo y, asombrosamente, Gregorio de Tours), es difícil aceptar una misión tan distante, sobre todo si se toma en cuenta que el universo hindú no entraba en el esquema del mundo que se tenía en el entorno judío.¹⁰ Sin embargo, no es posible negar que la tradición local de la región de Madrás, en torno a Mailapur,¹¹ por ejemplo, muestra todavía a quien quiere verla una cruz de granito con un bajorrelieve que contiene una inscripción en pehlevi, que data del siglo VII, y de la que afirman los lugareños que es el indicio del sitio en que el santo apóstol fue inmolado.

    Otro hecho viene a dar respaldo a tan remota hipótesis: un grupo de cristianos, de lengua siriaca para su liturgia, se había aposentado en la costa de Malabar, en el meridión de India, lo cual se encuentra testificado desde temprano por Cosme Indicopleusta.¹² La Catholic Encyclopedia (1913) alude a un obispo sirocaldeo, llamado Juan, que estuvo presente en el concilio de Nicea en 325 y que representaba a India y Persia.¹³

    Un documento apócrifo, el Libro de la resurrección de Cristo, atribuido al apóstol Bartolomé, nos lo muestra haciendo un bautismo multitudinario (doce mil nuevos cristianos), instituyendo obispos y, lo más sugerente, montado en una nube que lo conduce al Huerto

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